miércoles, 1 de abril de 2009

Alfonso, el sabio

Ese día cumplía siete años. No me acuerdo de la torta ni de los regalos. Pero sí de los papelitos. Miles de papelitos que volaban de los bordes de la escalera del Cómite Provincial de Unión Cívica Radical de Mendoza, en la calle Avenida España, donde un montón de gente festejaba.

No me acuerdo de mucho más, pero si de que estaba contento. La gente desbordaba de alegría. Y yo estaba ahí, en medio de la lluvia de papelitos, levantando las dos manos juntas por arriba de mi hombro izquierdo, igual que el hombre de bigotes que acababa de ser electo presidente. No entendía nada, pero la gente estaba contenta.

Una niñez y una adolescencia más tarde, discuto con un colega el clamor popular por el hombre que se fue. Un hombre admirado, pero también denostado. "Es el contrapunto", me dice.

Dudo que Raúl Ricardo Alfonsín -"Alfonso, el sabio", como lo llamaba, medio en broma, medio en serio, mi viejo- se haya arrepentido, evaluando a sus sucesores, de la angustiante pelea que dio por la democracia. Pero no puedo evitar preguntarme, a la vez, si su figura hubiera despatado tanta sed de valores -honestidad, convicción, justicia, integridad- si muchos de esos valores no se hubieran perdido o traspapelado a lo largo de los últimos 20 años. No puedo evitar pensar que tanta tristeza no es sólo porque se fue, sino porque pocos creen que habrá otro semejante.

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